
Me susurró palabras al oído que, hasta entonces, habían sido para mí extrañas.
Me dijo que me amaba.
Que siempre, siempre estaría conmigo.
A mi lado
para ayudarme.
Y que jamás dejaría de quererme.
¡Ja! Me río ahora de sus palabras.
Si... ahora.
Pero antes no.
"Yo también te amo" le respondía.
Ilusa.
Crédula.
...idiota.
Después del susurro siempre me acariciaba la mejilla
y nos mirábamos a los ojos.
Y yo me perdía en sus ojos verdes y encontraba el paraíso.
Tras esto, rozaba mis labios con sus dedos y luego me mordía.
Pero no era brusco; era la delicadeza personificada.
Luego, yo cerraba los ojos y me dejaba llevar.
Cuando acabábamos, siempre se quedaba boca arriba, sudando y jadeando.
Y yo, igual que él, abrazándole y dejando caer mi cabeza en su pecho.
Sonriendo
y sin podérmelo creer.
Finalmente nos dormíamos y soñábamos el uno con el otro.
Maravilloso, ¿cierto?
Bien, hoy hace un año de la última vez.
Y ahora él ni siquiera recuerda que existo, que me amó, que yo le amaba
que nos faltaban las palabras para describir lo que sentíamos.
Me ha olvidado,
y ni siquiera tengo el privilegio de ser su pasado.
Pero él es mi pasado, mi presente y mi futuro.