sábado, 15 de noviembre de 2014

Historia de Dragones - II


Suspiró y, con un nudo en la garganta, cerró lentamente “Historia de Dragones”. Tan solo hacía unas horas que había adquirido aquel libro pero, en cuanto lo vio en la tienda, a pesar de no ser especialmente llamativo por su color, su forma o su grosor, supo que era para ella. Lo compró inmediatamente y, unas horas más tarde, al llegar a su cafetería preferida, se sentó en un rincón, junto a una ventana sucia que daba al Callejón de la Plata, y comenzó a leerlo.
Sin embargo, como le ocurría siempre con las lecturas que le resultaban intensas, se sintió abrumada de pronto. No era una sensación desagradable, aunque tampoco le hacía sentir feliz. Simplemente era una acumulación de energía, un torbellino de emociones que no sabía exactamente cómo liberar. La mayoría de las personas, sin embargo, no hubiesen encontrado estas líneas demasiado importantes o conmovedoras, pero para Lira era diferente pues, según ella, describían a la perfección cómo se sentía en aquel momento: perdida, insignificante, pequeña. A pesar de ello, la joven era una persona optimista, alegre y enérgica, lo que le permitía vivir su día a día como cualquier otro, sin demasiada dificultad, y su estado de ánimo iba cambiando solo.
Pero también, como algunas personas, a veces se sentía incompleta. Y esta sensación se hacía mucho más grande en determinadas ocasiones, especialmente al leer: no hacía falta que fuese un libro, ni siquiera un texto de varias páginas. A veces tan solo una frase, incluso una palabra, bastaba para que una ola de sensaciones anegara toda su piel.
En fin, Lira era una persona diferente en busca de algo grande, y lo sabía, a pesar de que muchas veces sentía que estaba persiguiendo algo inexistente. Y, como aquel instante en aquella cafetería era tan válido como cualquier otro decidió que, a partir de entonces, se dejaría llevar y haría todo lo posible por encontrarlo. Que no le importaría sentirse abrumada, desalentada o débil, porque continuaría luchando hasta dar con ello. Que esa sería su aventura, aunque sabía que probablemente se enfrentaría a esos monstruos sola. Pero lo conseguiría.
Y es ahí donde empieza esta historia.


miércoles, 29 de octubre de 2014

Historia de Dragones - I


Cinco dragones alzaron el vuelo a la vez.

Uno de ellos, el mayor, salió en busca de su mayor enemigo: el sol.
El más rápido, por su parte, un dragón del color del otoño, voló hasta posarse sobre el árbol más alto del mundo.
Otro, el más fuerte, un dragón grande y robusto, se sumergió en aguas profundas e intentó llegar más allá de lo que ninguno de sus hermanos o parientes había llegado jamás.

Pero esta no es la historia de cómo el hermano mayor no consiguió vencer al sol pero, sin embargo, conquistó el alma de la luna; o de cómo el dragón más rápido contempló el primer otoño de un mundo nuevo desde la copa de su mejor amigo, aquel árbol; o de cómo el hermano más fuerte de todas esas criaturas nunca se sumergió más allá de la superficie del mar, porque temía perder de vista el reflejo de la estrella de la que estaba enamorado.
No.

Esta historia, por el contrario, es mucho más simple.
Es la historia de un dragón sin importancia, ni grande ni pequeño, ni fuerte, ni rápido, ni particularmente hermoso, que alzó el vuelo sin saber a dónde quería llegar.

- Como yo – pensó Lira -, yo soy ese dragón.



miércoles, 15 de octubre de 2014

Cuando tu alma...


Cuando tu alma está hundida, desesperada, entonces sucede.
Es en ese momento, en el que parece que todo va a explotar, en el que se crea la Maravilla.
Tu aliento se transforma, se convierte, se vuelve diferente.
Por eso, por eso y mucho más, es algo tan especial.
Se lleva tu huella. 
Pero, a cambio, te devuelve una estrella. 

sábado, 14 de diciembre de 2013

Capítulo I


Ilustración hecha por © Siakim


14 de diciembre de1790
Al viejo Theor

Te preguntarás por qué no te he escrito durante todo este tiempo y, con razón, ninguna justificación que te dé será suficiente. Ya sabes lo mucho que me cuesta sentarme a escribir, por lo que te pido que valores este esfuerzo, a pesar de que hayan pasado tantas estaciones.

¿Adivinas dónde estoy? Te daré una pista: solsticio de verano de 1786. En efecto, estoy apoyando el papel sobre esa mesa de madera rota de entonces. Todo sigue aparentemente igual: las mismas banquetas sucias -algunas de ellas algo más cojas-; los mismos cuadros antiguos de colores fríos colocados, con pésimo gusto, sobre la misma pared; los mismos clientes ebrios, aunque algo más viejos que entonces; las mismas risas descontroladas inundando la misma barra, tan vulgar... Sin embargo, si uno se fija bien, se da cuenta de que hay algo que estaba entonces y que hoy, cuatro años más tarde, brilla por su ausencia: me refiero, por supuesto, a aquellos frascos gastados y a la presencia viva que estaba siempre en torno a estos. Los aldeanos me preguntan por ti, Theor, y se me están acabando las excusas. Pero no temas, ya sabes que siempre me guardo un as en la manga, así que tu secreto está a salvo conmigo.

Ella, sin embargo, creo que se ha dado cuenta de que no le cuento toda la verdad. 
Te preguntarás si seguimos juntos después de todo lo que pasó, pero me temo que la respuesta es negativa. Nuestros destinos se separaron en aquel laberinto intrincado y me parece que no volverán a cruzarse, al menos no de aquella manera. Ambos encontramos la salida, por supuesto, pero de distinta forma, tal y como habíamos intuido desde un principio.
Ella ahora es feliz, muy feliz. Nuestra hija, Lyra, vino al mundo sin problemas, completamente sana, igual que su madre. Además, son idénticas: los ojos, la sonrisa, el tono de piel... nadie puede dudar acerca de quién es la madre de la pequeña. De mí, por el contrario, solo ha heredado la nariz respingona y una extraña facilidad para meterse en problemas.
Te preguntarás, también, si está con otro hombre y debo decirte que sí, lo está. Pero, para tu información, ¡no estoy en absoluto apenado! Más bien al contrario: cuando ocurrió todo aquello admito que no podía dejar de culparme a mí mismo, noche tras noche, por haberla dejado escapar, pero ahora es diferente y esa responsabilidad me ha dejado, por fin, respirar.

Te interesará saber que aprendió también, tras numerosos intentos, a liberar a Iris solo cuando fuese oportuno y no como fruto de la irracionalidad con la que solía tomarse las cosas. Ahora ella es fuerte y ha dejado de juguetear con... eso. Bueno, en realidad sí que lo hace a veces, pero su uso no va más allá de lo meramente imprescindible -como ves, hace caso a tus consejos, viejo-, y ha escondido todos los botecitos, de manera que la pequeña aún no sabe de su existencia.

Creo que el resto de novedades te las contaré cuando me respondas porque sé que, en estos momentos, la duda te está devorando por dentro, por mucho que no lo quieras admitir y, de este modo, me garantizo una carta en la que figures como remitente en mi puerta durante las próximas semanas.
Escríbeme pronto, Theor, y no tardes lo mismo que yo, por la Diosa. Como solías decir “muy necio es aquel que imita los errores del descuidado cuando es consciente de ellos”.

P.D.: Si la primavera es amable y permite que los caminos estén despejados, podrías venir a hacerme una visita. Te prometo que nadie se dará cuenta y que te reservaré el mejor queso de la temporada. Por supuesto, también tengo aún guardada aquella botella de vino que está esperando a ser abierta en cualquier ocasión especial en la que ambos estemos presentes.


Recibe un fuerte abrazo
                             William.




CONTINUARÁ

domingo, 17 de noviembre de 2013



No hay mejor momento para empezar a escribir que este.

No hay un mañana, un después, ni un más tarde. No existen las excusas.

Tampoco hay un pasado que lo impida, ni un recuerdo demasiado doloroso. No existen las excusas.

Eldenis brillará con fuerza hoy. En este preciso instante será creada y comenzará a cantar una canción que conmoverá al mundo y a ti, a todos. Saltará, con los brazos abiertos, dispuesta a acoger al mundo sobre sus pechos, pequeños pero cálidos. 

viernes, 10 de mayo de 2013



Una brizna de hierba en un parque lleno de flores amarillas y violetas se mece con una brisa ligera. Es pequeña y fina, de un color verde intenso como el mar en el País de las Maravillas.

Un niño sonriendo sinceramente y sin preocupaciones delante de otro, el primero sin una paleta y el segundo con una peonza entre sus dedos, a punto de tirarla al suelo y hacerla rodar.

Una playa en invierno, durante la noche, vacía de personas pero llena de seres vivos no humanos, reflejándose la luna decreciente en el mar de plata y oro.

Un poeta que, a las ocho de la tarde, en medio de una cafetería atestada de gente, recibe a una musa de ojos verdes que le hace escribir los versos más grandes esa tarde.

Un desierto en el que un cactus acaba de florecer, mostrando un milagro de color rojo sangre y del tamaño de siete margaritas blancas.

Un potrillo que se sostiene por primera vez sobre sus frágiles patas ante la admiración y el orgullo de su madre, una yegua primeriza.

Una mirada rasgada, sabia y sincera surcando el rostro de un señor de sesenta y nueve años observando con detenimiento y atracción a una señora de noventa.

Una rata que, tras un duro día de esfuerzo y trabajo, consigue llevar a sus decenas de hijos y nietos una barra de pan recién hecho.

Un cañón olvidado en la cima de una montaña sobre el cual está creciendo la secuoya más alta de todos los tiempos y cuyo interior está lleno de raíces.

Una adolescente que otorga su bien más preciado al chico que le lleva gustando nada más y nada menos que siete meses.

Un señor que recuerda, por un instante, a su nieta porque ve en ella reflejados sus propios ojos y, al hacerlo, llora de alegría por volver a ser él mismo.

El primer beso entre dos niños de siete años que, actuando por imitación, descubren que hay algo en eso que despierta en ellos nuevas sensaciones.

Un libro que acaba tal y como esperabas, salvándose aquel personaje que más se parece a ti y no muriendo de tristeza y soledad, como sospechabas en un principio.

Una taberna llena de risas, cerveza y amigos entre los que se encuentran el dueño de la misma, un anciano que la frecuenta y un mendigo que ha sido invitado por encontrarse allí por casualidad.

Un policía que baja su fusil, dándose por vencido y naciendo en un mundo nuevo, ante una de las armas más poderosa de todas: una flor.

Un perro que, tras pasar siete días y siete noches acompañado de, exclusivamente, lluvia y frío, es encontrado y socorrido por un joven que vive con tres chuchos más.

Una piedra blanquecina que refleja el sol que incide en ella creando un arcoiris que tiene el privilegio de no ser visto por ningún ser humano.

Una mujer que en su etapa adulta consigue vencer un cáncer de pulmón puesto que se aferra, como pocos, a la vida.

Un chico pelirrojo cuyas mejillas están colmadas de pecas de todos los tamaños y tonalidades de marrón.

Un mendigo que da los buenos días a todo aquel que pasa por el callejón más pequeño de la ciudad más grande del mundo.

Un pecho pequeño de una chica de veinte años que cabe a la perfección en la mano de aquel que, con su permiso, la acaricia.

Un humano que mira a los ojos a un primate y siente que tiene ante sí a un hermano y no a alguien inferior ni digno de lástima.

Eso es Amor.

miércoles, 17 de abril de 2013



Al caminar por un bosque oscuro y devastado dejo rastro de amapolas.
Cuando levanto la vista diviso, a lo lejos, una extraña y borrosa figura que despierta mi interés. Movida por la curiosidad, avanzo hundiendo mis pezuñas en el barro, volviéndose la forma cada vez más nítida. Al llegar al esperado destino, descubro con sorpresa que se trata de un cervatillo, de mí, porque soy yo, y entonces todo el monte se cubre de aquellas flores rojas.