sábado, 14 de diciembre de 2013

Capítulo I


Ilustración hecha por © Siakim


14 de diciembre de1790
Al viejo Theor

Te preguntarás por qué no te he escrito durante todo este tiempo y, con razón, ninguna justificación que te dé será suficiente. Ya sabes lo mucho que me cuesta sentarme a escribir, por lo que te pido que valores este esfuerzo, a pesar de que hayan pasado tantas estaciones.

¿Adivinas dónde estoy? Te daré una pista: solsticio de verano de 1786. En efecto, estoy apoyando el papel sobre esa mesa de madera rota de entonces. Todo sigue aparentemente igual: las mismas banquetas sucias -algunas de ellas algo más cojas-; los mismos cuadros antiguos de colores fríos colocados, con pésimo gusto, sobre la misma pared; los mismos clientes ebrios, aunque algo más viejos que entonces; las mismas risas descontroladas inundando la misma barra, tan vulgar... Sin embargo, si uno se fija bien, se da cuenta de que hay algo que estaba entonces y que hoy, cuatro años más tarde, brilla por su ausencia: me refiero, por supuesto, a aquellos frascos gastados y a la presencia viva que estaba siempre en torno a estos. Los aldeanos me preguntan por ti, Theor, y se me están acabando las excusas. Pero no temas, ya sabes que siempre me guardo un as en la manga, así que tu secreto está a salvo conmigo.

Ella, sin embargo, creo que se ha dado cuenta de que no le cuento toda la verdad. 
Te preguntarás si seguimos juntos después de todo lo que pasó, pero me temo que la respuesta es negativa. Nuestros destinos se separaron en aquel laberinto intrincado y me parece que no volverán a cruzarse, al menos no de aquella manera. Ambos encontramos la salida, por supuesto, pero de distinta forma, tal y como habíamos intuido desde un principio.
Ella ahora es feliz, muy feliz. Nuestra hija, Lyra, vino al mundo sin problemas, completamente sana, igual que su madre. Además, son idénticas: los ojos, la sonrisa, el tono de piel... nadie puede dudar acerca de quién es la madre de la pequeña. De mí, por el contrario, solo ha heredado la nariz respingona y una extraña facilidad para meterse en problemas.
Te preguntarás, también, si está con otro hombre y debo decirte que sí, lo está. Pero, para tu información, ¡no estoy en absoluto apenado! Más bien al contrario: cuando ocurrió todo aquello admito que no podía dejar de culparme a mí mismo, noche tras noche, por haberla dejado escapar, pero ahora es diferente y esa responsabilidad me ha dejado, por fin, respirar.

Te interesará saber que aprendió también, tras numerosos intentos, a liberar a Iris solo cuando fuese oportuno y no como fruto de la irracionalidad con la que solía tomarse las cosas. Ahora ella es fuerte y ha dejado de juguetear con... eso. Bueno, en realidad sí que lo hace a veces, pero su uso no va más allá de lo meramente imprescindible -como ves, hace caso a tus consejos, viejo-, y ha escondido todos los botecitos, de manera que la pequeña aún no sabe de su existencia.

Creo que el resto de novedades te las contaré cuando me respondas porque sé que, en estos momentos, la duda te está devorando por dentro, por mucho que no lo quieras admitir y, de este modo, me garantizo una carta en la que figures como remitente en mi puerta durante las próximas semanas.
Escríbeme pronto, Theor, y no tardes lo mismo que yo, por la Diosa. Como solías decir “muy necio es aquel que imita los errores del descuidado cuando es consciente de ellos”.

P.D.: Si la primavera es amable y permite que los caminos estén despejados, podrías venir a hacerme una visita. Te prometo que nadie se dará cuenta y que te reservaré el mejor queso de la temporada. Por supuesto, también tengo aún guardada aquella botella de vino que está esperando a ser abierta en cualquier ocasión especial en la que ambos estemos presentes.


Recibe un fuerte abrazo
                             William.




CONTINUARÁ

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